miércoles, 30 de noviembre de 2011

UNA MUJER DE MASCOTA (cuento)


Por  Gustavo Carbajal 
Amables lectores; en el siguiente relato les hablaré de un personaje de este pueblo, cuyas noticias me han llegado tan vagas, que al redactar su historia, no he podido delimitar el cuento, la leyenda o la biografía;  juzguen ustedes:
Le llamaban La Emperatriz y era bien conocida por todos en el lugar. Su porte no tenía rival y le gustaba vestirse no como el común de esta gente, sino que a ella  le gustaba lo fino, lo selecto, lo distinguido, así era su aspecto. Sabrá Dios por qué le habrán puesto este mote en el pueblo pues era bien querida pese a sus excentricidades.
Era de mediana estatura y regular belleza, pero eso sí; muy distinguida por sus modales y su selecta personalidad; sin dudarlo que a ella se referían los personajes más encumbrados de su tiempo y lugar cuando de alguna aventurilla se ufanaban. Pero no pensemos que era eso; no qué va!, si todos la codiciaban, pero ella esquiva y digna cual ninguna, jamás dio su brazo a torcer.
Acostumbraba asistir a Misa con sus escandalosos vestuarios de gala,  siempre se ubicaba a unos pasos de la puerta principal sentada en una pequeña silla de cabrillas que llevaba con ese fin, de tal suerte que sus ropas cubrían todo lo ancho de la puerta y de la senda al altar, y nadie más del pueblo podía entrar por allí una vez que había llegado a su sitio. El pueblo devoto pero también respetuoso entraba al templo por las puertas laterales y ya en el interior parecía un jolgorio por instantes irreverente que pronto se aplacaba para dar paso al fervor popular que intimaba con María Santísima de Guadalupe y con Santiago Apóstol.  Y La Emperatriz allí, como moviendo los hilos de una sensible representación teatral. 
Nobles terratenientes y varones de prosapia y de posibles nunca le faltaban, ella secretamente, pero con mucho tino y cortesía los ponía en mejores rumbos. No obstante,  sabía que la vida pasaba con ligereza y que los tiempos se le venían encima. Cavilando en estos pensamientos llegaron a estas tierras las noticias de Libertad, de justicia; de la emancipación de la esclavitud y todos aquellos vientos que dieron comienzo a  la gesta libertaria que desde el centro de la nación encabezara el Cura de Dolores.
Nuestra mujer, sintiéndose afín a tales ideales no escatimó esfuerzos para hacer cuanto estuvo de su parte, ya para procurar fondos para los insurgentes, ya para estimular y remitir a cuanto probable combatiente en favor de esta causa conocía y su popularidad aumentaba, pero no en el lugar, sino en donde andaban las fuerzas libertarias. Aquí no pasaba de ser La Emperatriz, a quien nunca se relacionaba con los levantamientos que en su momento eran atroces, fatales para el ejército insurgente. De gran dolor resultó el triunfo realista de Puente de Calderón, porque allí cayeron abatidos varios insurgentes que ella había sumado para  este ejército.
El cielo en su inmensidad azul … profunda; de esa profundidad insondable, contiene los sueños de las mejores causas, los sueños de bondad y de nobleza, los sueños heroicos que nuestra capacidad de idealizar repite y constante martillea en la mente de quienes anhelan la bondad y la prosperidad para sus semejantes. Los sueños de esas almas que predestinadas están a dejar su huella por la vida, a dejar su simiente para el bien de los demás, aunque la vida no sea tan generosa con ellos mismos. Y así tenemos a esta heroína que en tiempos de la Independencia se dio y se desgastó por el bien del pueblo que por tres siglos y medio había sufrido vejaciones y humillación, esclavitud y menosprecio por parte de aquella elite de Peninsulares necios y vanidosos. -Por supuesto que entre ellos había honrosas excepciones-, pero por lo general, eran el pueblo conquistador que tenía bajo su yugo a los mexicanos oprimidos, haciendo con ellos, atrocidades sin nombre.
Cuando paseaba por las calles de Mascota y en ocasiones salía a poblados vecinos, cabalgando en nobles corceles que eran hábilmente controlados por sus diestras manos, parecía que hasta el sol le hiciera reverencias, las plantas y los arbustos del camino se doblaban por puro respeto a ella y la lluvia del verano no se atrevía a salpicar sus hermosas faldas; no por nada le llamaban La Emperatriz.
El verdor esmeraldino de estas sierras estaba mejor engalanado con su presencia en su ir y venir por estos caminos de Dios porque a caballo visitaba las poblaciones comarcanas y era todo un lujo, un verdadero gusto verla llegar a cualquier ranchería circunvecina porque sabían que algo les dejaría la visita y así vivió, dando y dándose para todos. Así pues, los seres que han vivido tan intensamente su vida y que han sabido ser útiles a sus ideales, no necesitan reconocimiento alguno para morir tranquilos; para estar satisfechos con la vida y con sus semejantes, para sentir el paraíso desde su tiempo mortal. La existencia de esta gran mascotense hoy casi olvidada, será muy digna para acicatear a las nuevas generaciones para que opten por una existencia noble y digna desde la posición de cada cual.
El marasmo de los tiempos fue empolvando estas evidencias y La Emperatriz llevó día con día el grave peso de la conciencia por aquellos hechos que hoy se nos antojan gloriosos, pero que en su momento fueron las culpas más graves que a un cristiano se le podían imputar  y esta mujer de Mascota supo afrontar con estoicismo sí, pero con gran heroísmo los señalamientos de su tiempo, muriendo muchos años después en el lugar como la mujer de siempre, con orgullo y dignidad, aunque abatida por la edad, por la pobreza y la enfermedad y además en completo olvido y sin reconocimiento de la ya triunfal y liberada nación a  la que ella había contribuido cuanto pudo y con cuanto tuvo.
(comentarios a guscal55-09@hotmail.com)

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