José de Jesús
Vázquez Hernández
La Arquidiócesis de Guadalajara cuenta con una devoción a la
Virgen de Nuestra Señora de la Concepción, después de la Expectación o Nuestra Señora de la 0, mejor conocida como
la “Virgen de Zapopan”, por tener su residencia en el santuario ubicado en esa
población, de donde sale a visitar durante una buena parte del año a las
diferentes parroquias de la diócesis.
Esta devoción de acuerdo con el
padre Armando González Escoto (2015) en su libro, La Romería de Zapopan; patrimonio cultural intangible, “nació
espontáneamente desde 1734 cuando en un temporal extraordinariamente violento y
destructivo, los habitantes de
Guadalajara solicitaron a las autoridades civiles y eclesiásticas que traigan a
Guadalajara la imagen de la Virgen de Zapopan”.
Se planeó la forma de trasladarla, pero no cómo sería el
regreso a su hogar, salvo que iría en un carruaje y acompañada por dos
canónigos y dos regidores cuando el temporal de lluvias así lo permitiera, por
lo que no se tenía fecha precisa ni hora, sin embargo cuando los habitantes se
dieron cuenta que la Virgen iba a ser llevada de regreso, la acompañaron de
pueblo en pueblo.
Seguramente a su paso por las calles y poblaciones por donde
pasaba, se fueron agregando a su comitiva como debió suceder con los moradores
de Mezquitán y Atemajac hasta llegar a su casa, no se sabe cuántas personas
serían, pero de lo que podemos estar seguros es que a excepción de los
canónigos y los regidores, nadie iba de acarreado.
Así pasaron los años y la Virgen continuó visitando las
parroquias de la ciudad ahora Metrópoli, y por doquier donde pisan sus pies las
calles lucen adornadas, con arcos y flores, el piso se pinta de verde, casi
siempre con la frescura de la alfalfa, una planta muy beneficiosa para hacer
agua fresca, pero sobre todo para alimentar el ganado vacuno.
La Virgen ha acumulado diferentes títulos, distinciones y
reconocimientos por los grandes favores concedidos a los pobladores de esta
región, pero el mayor tributo de los vecinos en honor a la Virgen es sin duda
ver el gran fervor de miles y miles de peregrinos, de danzas, instituciones,
congregaciones, patronatos, pajareros, etcétera, que convierten este
acontecimiento en un gran festival.
Esta devoción, convertida en una tradición por sus elementos
históricos y socioculturales transmitidos de generación en generación, le hacía
falta el apoyo tangente de una autoridad eclesiástica y fue a partir de 1943
cuando el arzobispo José Gariby Rivera acompañó “la llevada de la Virgen y
encabezar la romería que desde entonces son una misma cosa”.
No todos los pueblos cuentan con una manifestación de fe de
esta magnitud, misma que se ha convertido en “patrimonio cultural intangible”
que publicita la fe de un pueblo que se vuelca en pro de una madre amorosa, que
hace miles de favores a quienes se lo solicitan, devoción y emoción nacida de
la gente que cree en ella, y desde tiempo atrás convertida en una bella
tradición.
Octubre 10/2015
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